Tengo atravesada en algún rincón de mi cabeza
una voz que suena como la que usabas vos.
Yo no sé si de algún modo puede ser la tuya.
Pero me acompaña siempre para donde voy.
Oigo cosas que capaz alguna vez dijiste
y otras que me estas diciendo sólamente hoy.
Ahora entiendo aquel cliché de que en los corazones
de otros, puede quedar vivo alguno que murió.
Anda por todas las calles de Montevideo,
el eco de tu silbido del afilador.
Y en los pizarrones de los quioscos de quiniela,
la sonrisa de nuestro mejor niño cantor.
Si estuvieras cerca, vos podrías ayudarme
a seguir un poco con esta torpe canción
que no tiene pretensión de ser un epitafio
de un recuento de los méritos de tu actuación.
Solo quisiera decirte lo que a mí me pasa
con es cuestión de que ya no andes por aquí.
Como fuimos una parte de la misma historia,
me parece que yo sigo de puro changüí.
Cuando estoy trancado y no me sale algún acorde,
me vienen algunos de los que inventaste vos,
y otros que dejaste servidos en el paquete
para que podamos seguir cantando “La Flor”.
Anda por todos los corsos de La Unión al Cerro,
y anda por aquellos médanos de Solymar,
la mirada acusadora que mandó tu ojo
y tu lágrima por no tomar la libertad.
Lo que le cantaste a la sonrisa de Pepino,
te lo vamos a cantar muchas veces a vos.
Pero a tus canciones no les caben mascaritas.
Por eso no te pusieron un cartel de Dios.
Anda por todas las calles de Montevideo,
el eco de tu silbido del afilador.
Y en los pizarrones de los quioscos de quiniela,
la sonrisa de nuestro mejor niño cantor.