Hubo una vez un poeta
que vivía con sus sueños en paz
En un cuartucho pobrete
sin placard ni kitchenette de gas.
Sus muebles que no eran muchos
no llenaban el cuartucho.
Pero los sueños soñados
se habían amontonado
en pilas por todos lados.
Sueños blancos, sueños dorados.
Sueños a rayas y cuadriculados.
Dulces sueños y pesadillas
en el ropero y sobre las sillas.
Sueños pesados, sueños livianos.
Sueños de una noche de verano,
que el aire volcaba en blando aluvión
al paso de algún moscardón.
Hubo un poeta una vez
y habrán mucho más después.
La falta de otro ropaje.
Con sueños tejan su traje.
Cuando un sueño se volaba,
muchas veces se escapaba fugaz
bajo la puerta cerrada,
la escalera empinada detrás.
Y andando sin detenerse
iba justo a disolverse
al tacho de la portera,
que fregaba la ligera
con sueño, la casa entera.
Con sueños blancos, sueños dorados.
Sueños a rayas y cuadriculados.
Dulces sueños y pesadillas
en los balcones y en la alcantarilla.
Sueños pesados, sueños livianos.
Sueños locos de verano,
que fueron tiñendo la casa
con metacolor. Sueños de poeta.
Hubo un poeta una vez
y habrán mucho más después
que sin saberlo transformen
este mundo de una vez.