Una vez me tiré a sacar la grande,
la grande, la grande,
la gran desilusión de cuarenta y dos diciembres.
Ese año justo me encontraba
con traba, con traba,
con trabas monetarias sin una monedita.
Me largué a pedirle a mi vecino,
vecino, vecino,
ves, si no estabas vos, esta noche no comía.
Le manguié unas lucas y era paco,
era paco, era paco,
era pa comprarme a tiempo el billete que quería.
Esos días mateaba solamente,
la mente, la mente,
la mente me cortó por completo el apetito.
Y de noche ni el sueño conciliaba,
si liaba, si liaba,
si liaba un cigarrillo, seguían cuatro o cinco.
Cuando vino la fecha milagrosa,
la grosa, la grosa,
la grosa la esperé en la tele del vecino.
Pa que este pelado con su prole,
su prole, su prole,
su proletaria gente me viera millonario.
Vieran que el último orejón del tarro,
del tarro, del tarro,
del tarro que tenía, pasaba a ser magnate.
La emoción del momento requería,
quería, quería,
quería un cigarrillo. ¿Quién tira con un faso?
No hay por qué andar comprando cigarros,
cigarros, cigarros,
si garroneando igual se consiguen unos cuantos.
Y el cantor anunció la millonada,
yo nada, yo nada,
yo nada y no tenía pal número de reyes.
Pero no. Eso no fue lo más grave,
más grave, más grave,
más grave fue que justo salió el de mis vecinos.
Sólo ellos serían los bacanes,
bacanes, bacanes,
va Cannes, va Hawaii, Acapulco y Montecarlo.
Y eso que mi billete prometía,
metía, metía,
metía pa’ delante pero siguió de largo.
Dieron vuelta la casa en media hora,
de ahora, de ahora,
de ahora en adelante, la vida es toda nuestra.
Yo me dije, ese asunto así no queda,
no queda, no queda,
no queda otro remedio que tirar el mangazo.
Y empecé pidiendo a grito pelado,
pelado, pelado,
pelado por favor, qué tenés para este amigo.
Ni bolilla. El loco no contestaba,
te estaba, te estaba,
te estaba por contar como terminó la historia.
El destino se había equivocado,
bocado, bocado,
bocado de sultán no le cabe al muerto de hambre.
Le cacé su billete y lo deshice,
deshice, deshice,
decíselo a Magoya, capaz que te lo cree.
Me corrieron furiosos hasta Manga,
hasta Manga, hasta Manga,
esta manga de anormales con fines delictivos.
Para qué. Si de todas formas nunca,
mas nunca, mas nunca,
mas nunca iban a ver ni el cadáver del billete.
Pero el mío quizá lo compensaba,
pensaba, pensaba,
pensaba mientras iba corriendo pa salvarme.
Al final conseguí que se perdieran,
perdieran, perdieran,
perdieran la ocasión de comprar veintitrés pollos.
Treinta y siete lechones o cincuenta,
cincuenta, cincuenta,
cincuenta los que ellos habían encargado.
Dos mil kilos de asado y mermelada,
melada, melada,
me la daban a mí, yo ayudaba al orfanato.
A mi casa no pude volver nunca,
ver nunca, ver nunca,
ver nunca más la calle de mis primeros goles.
Pero el día que le toque a papito,
papito, papito,
pa pito las larailas, yo sirvo pa corneta.
Compro toda la cuadra y por machetes,
machetes, machetes,
machete en mano voy y les doy el desalojo.