Hubo en un país lejano un horrible ogro malo,
feo, infame, codicioso, muy solemne, ruin, perverso,
maestro de magia negra que sabía por ejemplo metodos para cambiarse
en ratón o en elefante o culebra o protozoario,
pterodáctilo, espongiario o principe legendario,
rico, joven, elegante, radiante de gallardía,
Y apenas se lo propuso sacó de un viejo baúl
los ingredientes precisos y la auténtica receta para ser príncipe azul;
Se volvió fino, garboso, culto, sensible y apuesto
Y se fue en un largo viaje por países extranjeros y provincias nacionales.
Y al brillo de sus ropajes, (él) repartía sus riquezas,
dando de comer al pobre, dando salud al enfermo, trabajo al desocupado,
empleando sus ahorros en brindar pronto socorro
a una triste cantidad numerosa de morosos en el pago de sus deudas;
Pero un día se excedió, en exóticos regalos para con sus allegados
Y tuvo que descuidar los salarios que pagaba,
y debió solicitar, por los créditos que daba,
la mayor puntualidad en el pago de intereses.
Empleados y deudores no fueron muy buenos jueces
de este cambio de conducta extraño a cualquier capricho,
rehen de las circunstancias por entonces imperantes,
Y hubo riñas y disputas, Hubo odios, deshonores,
luchas, revindicaciones, desilusión y rencores
que crecieron hasta el punto de que el príncipe, presunto destilador de virtudes,
emanaron actitudes algo faltas de poesía, de buen gusto y cortesía;
Con ayuda de su espada y de un ejército de fieles
combatió muy duramente los desaires de su pueblo,
Y una furia desalmada, al calor de las peleas,
le fue tiñiendo el azul de su sangre de abolengo
del color de los venenos de la víbora esmeralda de la américa del sur.
No contento con vencer y acallar los mil agravios
que los labios insolentes de las impacientes turbas
de plebeyos pendencieros proferían contra el,
encontró muy placentero despojarlas de sus bienes
Y la mar de divertido juguetear con sus congojas,
festejar su suerte adversa y ver correr sangre roja.
Gradualmente, de este modo, el príncipe fue volviendo a su forma original
de ogro mezquino, beodo, asqueroso, pervertido,
capaz de los peores males, ambicioso de poder,
sediento de cometer los pecados capitales
pero con la habilidad que una vez había tenido de poderse transformar
en lagarto, en mariposa, en crisálida, en babosa,
en cangrejo, en musaraña, en araña, en petirrojo,
en un piojo del sahara o en lo que más le gustara;
Y así fue decidió nuevamente, una mañana, reconciliarse con Dios,
convertirse en hombre bueno ajeno a la perdición -de cualquier naturaleza-
y volviendo a su pasado fue un ejemplo de entereza,
amante de la verdad, principe de sange y alma,
paladín de la justicia, señor de la caridad,
fe de los desamparados, a quienes proporcionó de sus arcas personales
y como retribución por algún que otro servicio, medios de supervivencia,
hasta que, hasta que, hasta que, hasta que,
hasta que, hasta que, hasta que, hasta que,
hasta que, hasta que, hasta que, hasta que,
hasta que unos indeseables sembraron tanta cizaña por entre la servidumbre
que hasta tuvo el mal antojo de solicitar un día, más que lo que preveía.
Como remuneración su alteza, quien cegada por su enojo ante tal ingratitud
armandose de firmeza marchó sobre la osadía de la infausta multitud,
sabiamente secundado por un cuerpo preparado para (para) tales emergencias.
Pero no se conformó con su victoria aplastante,
no consideró bastante la triunfante mantención
del primitivo nivel de sus dádivas mensuales,
Y se le antojo menguarlas tan intempestivamente
que hasta en la antigua Belén al viejo Matusalen
no le hubieran satisfecho más de media cebadura.
Y se tomó tan a pecho tanta dura represalia,
que llenó con insurgentes las mazmorras del castillo,
encarcelando también en su fiebre revanchista
a unos cuantos “amarillos”, completamente inocentes.
A los sabios del palacio les pidio que por favor no tuvieran resquemor
en usar para sus pruebas como conejillos de indias, a su pueblo recluido.
El príncipe, poseido por tan sórdida afición,
fue de a poco recobrando su primera condición,
La de ogro repudiable, vicioso a más no poder,
sin escrúpulo en caer en villanas tentaciones,
no teniendo más pasiones que la envidia, la lujuria,
el oprobio, la avaricia, el estupro y la abdominia,
no soñando por las noches más que con bajos ardides
y las prácticas más viles, como el interés compuesto
y el aumento a los impuestos, los impuestos, los impuestos.
Pero el ogro retomó, como en sus mejores tiempos,
la singular aptitud de tener un mecanismo
para poder trabajar sobre su metabolismo
transmutándose en tatu, en langosta, en escribano,
en hipopótamo enano, en murciélago, en jaguar,
en jurista, en canguro o en lo que tuviera en mente
y así fue que felizmente, recurriendo a los conjuros apropiados para el caso,
retornó en corto plazo a su forma más ilustre
y desde el mejor balcon de su castillo lacustre
fue la estrella vigilante de la dicha general,
servidor y protector de los más necesitados,
príncipe de la equidad, esperanza del dolor,
propulsor de la igualdad, ave de buenos presagios,
ruiseñor de la abundancia, defensor de los sufragios,
santo de fraternidad, angel de la libertad por los siglos del instante.