El otro día fui a ver Titanic. No la pude ver. Entré al cine y todo, pero la gente estaba muy exaltada. Hizo furor, esa película, y no sé, en la sala había mucha gente que gritaba, y no se aguantaba la ansiedad, y es raro, porque es una película que aunque no la haya visto, todo el mundo sabe cómo termina, pero igual, en el cine había una barahúnda impresionante y yo empecé a pedirle a alguna gente que no gritara, y una mujer me dijo “¡shhh!” y otro tipo desde atrás gritó “¡Basta, cállense!” y otro le contestó “¿Se puede saber por qué no se calla?”. Y yo le dije “¡shhh!” y alguien desde algún lado me gritó “¡silencio!”, y una mujer le dijo “pide silencio y está gritando”, y yo le dije a la mujer “shhhhhhhhhhh” y otro tipo desde adelante me dijo “cállese, parece una gallina” y el que estaba al lado le dijo que se callara la boca y otro tipo le dijo a ése “y usté por qué no predica con el ejemplo”. Y una mujer con voz angustiosa preguntó “¿se pueden callar, por favor?”, y su vecino de asiento enseguida le dijo “¡shhht!” y ella le preguntó “shhht qué” y él le dijo “que se calle” y ella le preguntó “¿yo me tengo que callar? ¿y usté no?. “Se callan los dos” dijo otro tipo. “Perdón: los tres”, dijo otro que también se metió. Y otro más dijo “sigan, sigan hablando, nomás; total…”. “¡No me dejan escuchar!”, dijo otro. “usté tampoco a mí”, le contestó una mujer. “La conversación no llegó al baño para que salten los soretes”, dijo otra. Y el compañero de la primera mujer la salió a defender y fue adonde estaba la otra porque la quería insultar, pero entonces la reconoció y le dijo “¡Olga! ¡Qué hacés acá!” y ella le dijo “¡vos, qué hacés acá, que me dijiste que hoy tenías horas extras en el trabajo, ¿y quién es ésa que está ahí contigo?!”. Y otra tipa desde otro asiento dijo “¡terminen con esa telenovela estúpida! ¡yo vine a ver la película!”. “Entonces, si viniste a ver la película, por qué no te callás”, le contestó otra voz. “¡Termínenla de una vez!”, dijo otro tipo, y empezó a grito pelado a llamar al acomodador. Otro le dijo “callate, ¿no ves que con esos gritos no dejás escuchar nada?”, y el otro le contestó “estoy llamando al portero para que haga callar a la gente como vos”. “Si viene el portero, le voy a pedir que los eche a los dos”, dijo una mujer. “¡Chitón!”, gritó otro tipo. “¿Chitón?”, preguntó otro, “qué te creés que viniste a ver, ¿George de la Selva?”. “¡Basta, ¿no ven que si siguen así van a suspender la función?!”, gritó otra mujer. “Yo pagué mi entrada”, dijo un tipo, “no pueden suspender la función”. “¡Que nos devuelvan la plata!”, gritó otro tipo. Y una tipa le dijo “le van a devolver la plata sólo a los que se portaron bien. A los que molestaban, como usté, no les van a dar nada”. “Y a vos te van a cobrar multa por hablar”, le contestó él. “Y a vos te van a sacar de culo”, dijo otra voz por ahí. “Vení a decírmelo acá”, gritó el otro. “¿Por qué no se van a pelear afuera y nos dejan a nosotros mirar la película en paz?”, protestó otro. “Vos metete en lo tuyo”, le contestaron. Y otro dijo “si todos se callaran , estaríamos disfrutando de un excelente espectáculo”. A éste otro le contestó “si se hubiera abstenido de decir esa boludez, usté habría hecho una contribución importante al silencio de la sala”. Y otro le preguntó “¿por qué no mira la viga que hay en su ojo en vez de mirar la paja en el ojo ajeno?”. “¡Callate, pajero!”, le gritaron a éste. Y así siguió la cosa todo el tiempo que duró la película. Cuando terminó, me fui a casa frustrado pero prendí la tele y por suerte recién empezaba –y lo pude ver entero– mi programa preferido: El Crucero del Amor.