En una calle perdida de Montevideo,
en una zona concebida al estilo europeo,
hay una zanja que a los autos les da milongueo.
Milongueo. Milongueo. Milongueo. Milongueo.
Parece una pendiente de los Pirineos
la zanja de aquella calle de Montevideo.
Cuando andan por esa zona libre de bacheo,
algunos en vez de en coche, pasan en trineo.
Pasan en trineo. Pasan en trineo. Pasan en trineo.
En ese agujerito de Montevideo,
algunos dicen que cabría todo el Mar Egeo,
o lagos de los que se suelen ver en el liceo.
El liceo. El liceo. El liceo. El liceo.
La zanja es una vieja pieza de museo.
Y cuentan que cuando supo estar en su apogeo,
a muchos los transformó de golpe en un fideo
y a otros les dio cabida como mausoleo.
Como mausoleo. Como mausoleo. Como mausoleo.
Es vieja aquella zanja de Montevideo.
Un siglo de desprevenidos que la agarran feo,
y entonces todo el barrio escucha un fuerte traqueteo.
Traqueteo. Traqueteo. Traqueteo. Traqueteo.
Se siente un sacudón en el peritoneo
en esa calle perdida de Montevideo.
Y sólo se deja de sentir, yo creo,
los días que al ruido lo tapa un caceroleo.
Un caceroleo. Un caceroleo. Un caceroleo.