Llevaba bien justo aquel vestido y nada más
caminaba sin senda, vueltas.
Me senté en la mesa de aquel bar a esperar
que empezara la escena de algún músico del lugar.
Aquel piano comenzó a sonar y el hombre azul,
con sus manos de seda, bellas,
Salpicaba notas sin parar y dibujó
teclas blancas y negras de amor confundido en humor.
Y al instante en mí se encendió un color
que fue creciendo en cada canción,
Y al instante en mí se encendió un dolor
y fue al comprender tu corazón.
La noche pasó como otra más y el hombre azul
sin más luces de escena, bellas,
Guardó bien sus cosas y se fue a algún lugar
donde estar (sin pensar), sin reír, sin amar ni llorar.*
Y allá me quedé sola en el bar; Ya no había más
Si bemoles ni estrellas, bellas,
Me dormí en la mesa y soñé con despertar
y encontrarme cantando en la escena, sus manos, el piano y mi voz.
Y al instante en mí se encendió un color
que fue creciendo en cada canción.
Y al instante en mí se encendió un color,
y fui princesa de tu canción.
*El “sin pensar” no aparece escrito en la letra pero aparece cantado