Era un poeta muy menor.
Se creía un gran valor,
pero como un profesor
bien le dijo, su poema
no valía ni siquiera
el tiempo que para leerlo
tardaría un corrector.
Era un poeta fanfarrón.
Pese a ser romanticón,
en lugar de al corazón,
su poesía mas lograda
no llegaba más que al páncreas,
o con suerte un poco más arriba
contra el esternón.
Era un poeta desastroso.
Mi abuela en sus ratos de ocio
escribía mejor que él.
No era un poeta del montón
porque la comparación
de lo de él con un millón
de obras de las más mediocres
de su tiempo, lo dejaba
mal parado o mejor
en penitencia en un rincón.
Era un inepto, un anormal.
Su poesía no era tal,
porque estaba toda mal.
No pegaba una palabra
y con perdón de los caballos,
escribía en el estilo
a la manera de un bagual.
Era un poeta lamentable,
cretino, burgués, panfletario,
copión, sensiblero y gil.
Cuando apretaron el botón
y se vino la reacción
en cadena que un neutrón
expandió por el planeta,
no quedó ningún poema
de los grandes escritores
de la civilización.
Nuestro poeta se murió,
y mirá lo que pasó:
su poesía se salvó.
Y fue lo único que de
nuestra cultura rescataron
los extraterrestres
cuando visitaron la región.
Y en bibliotecas de galaxias lejanas,
lo único que hay de nosotros
es la obra de él.