La orquesta iba en ómnibus. Se llevaban el concierto que habían dado en la ciudad A, para ofrecerlo en la ciudad B. Unos días después irían a buscarlo para llevarlo a la ciudad C. La que tocaba según los casos tercer clarinete, clarinete bajo, o nada, había sacado la cabeza por la ventana y disfrutaba del viento, que le cambiaba la configuración del pelo. No había viento, en realidad, pero el movimiento del ómnibus a cierta velocidad hacía que hubiera igual. Ese ómnibus no tenía ventanas que se pudieran abrir, pero la clarinetista había usado el martillo rojo que estaba en el medio para casos de emergencia y había roto el vidrio y por ahí asomaba la cabeza. Estaba podrida de su trabajo. Como la mayor parte de sus compañeros de orquesta, odiaba la música y su mayor deseo era poder dejar ese trabajo y no dedicarse a nada. La rotura del vidrio y el hecho de sacar la cabeza por la ventana, eran un medio simbólico que ella había encontrado para expresar su deseo de abandonar todo. Un fagotista que estaba sentado a su lado también sacó la cabeza para que la rotura del vidrio había dejado suficiente espacio. Pero mientras la clarinetista miraba hacia el cielo lejano, el fagotista miraba hacia abajo. Él también estaba podrido de la orquesta y de tener que estudiar pasajes difíciles sin saber leer música cabalmente. Pues en verdad, sólo estaba familiarizado con ciertas combinaciones habituales de figuras. Pero cuando se encontraba con secuencias distintas, tocaba solamente alguna aproximación. Y las tocaba a bajo volumen, tratado de ocultarse tras la sonoridad de los otros instrumentos. Pero cuando era un pasaje donde no había nada detrás de lo que ocultarse, le daban ganas de largar todo. Y como su temperamento era más autodestructivo que el de la clarinetista, miraba para abajo, expresando su deseo simbólico de morir bajo las ruedas del ómnibus. “¿Qué estás mirando?” preguntó la clarinetista, expectante ante la posibilidad de que él hubiera encontrado una salida. “Nada, nada” dijo él, ocultando su fantasía suicida. “¿Qué es eso?” preguntó ella, señalando algo que asomaba en una parte del borde de la carrocería. “No sé, parece un caño de escape” dijo él. “Un caño de escape, es mi oportunidad de escapar” pensó ella. Y se lanzó entera por la ventana intentando alcanzar el caño. El fagotista vio como ella tenía éxito en su empresa, siendo succionada por el caño y desapareciendo en su interior. Pese al ruido del motor y del viento, el fagotista llegó a oír pocos segundos después una especie de eructo aclarinetado, que era la forma elegida por el caño para expresar su satisfacción por la ingesta realizada. Algunos de los otros músicos se acercaron a curiosear y la noticia cundió por el resto del ómnibus. Con gran júbilo, todas las secciones de la orquesta se fueron yendo por el caño de escape. Pero el fagotista no se animó a saltar. No sabía si ese caño de escape conducía a la felicidad o a una muerte súbita. Pero su temperamento era más como para una muerte paulatina. Se fue a sentar al lado del chofer y mirando las nubes que se aglutinaban en el horizonte, le dijo “Qué tiempo loco ¿no?”