El buen señor y la señora Smithers
vivían al oeste de Detroit.
Miraban los videos de Los Critters
y oían música de rock and roll.
Un día les tocaron vacaciones,
y el buen señor le dijo a su mujer
“Me gustaría oir otras canciones,
otras culturas quiero conocer.”
Se fueron juntos a sacar los tickets
para viajar a América del Sur.
Y remontaron vuelo hacia Iquique,
primera escala que fijaba el tour.
“En estas tierras se baila la cueca”
les dijo un guía hablando en español,
y los llevó para una discoteca
donde tocaban sólo rock and roll.
Después se fueron para la Argentina.
Desde Neuquen, la Pampa y Santa Fé
hasta Corrientes buscando una china
que se dignara a bailar chamamé.
Pero ni en Río Negro ni en el Chaco,
Tierra del Fuego o del Gulubú,
nuestros turistas encontraron algo
que fuera muy distinto de U2.
Fueron entonces hasta Buenos Aires
buscando el último tango en París.
Pero lo más que había en esos lares
eran imitadores de Police.
Y si un blanquito había en algún lado
que no sonara tanto a rock and roll,
estaba demasiado edulcorado
con ciclamato o con sorbitol.
Y ahí cruzaron a Montevideo
para escuchar un poco el tamboril,
pero el señor Smithers dijo “Creo
que acá me quieren agarrar de gil”.
Porque en la radio y por los canales
de tele, todo era un descontrol,
ya que lo único que se escuchaba
tenía ínfulas de rock and roll.
Los dos turistas se enojaron mismo.
Hicieron la denuncia en Interpol.
Habían ido a comprar exotismo
y les habían dado rock and roll.
Y marchó en cana la agencia de viajes.
Y el viejo Smithers, que era un calentón,
se fue enseguida a sacar dos pasajes
para ir de vacaciones a Plutón.
Para ir de vacaciones a Plutón.