Todos los lunes por la mañana
yo me levanto, me pongo el saco
y la corbata. Y aunque me olvide
de lo demás, hay una cosa
que no me olvido, cuando me veas
si te fijás. Hay un objeto
que yo no puedo dejar de llevar,
porque ante todo soy un ser social.
Es imposible llevar una vida
que no esté signada por la comunicación.
Por eso siempre salgo con mi Movicom.
Por eso siempre salgo con mi Movicom.
Con mi Movicom, con mi Movicom,
com com com com com com com com.
Si en una de esas por una calle
me ves pasar, y te parece
quizás que estoy hablando solo,
mirá que no, que de repente
estoy hablando por Movicom.
Así que ojo, no me molestes.
Aunque te llame un poco la atención,
no es cosa tuya la conversación.
Cada llamada sale cara,
yo no puedo darme el lujo
de ninguna interrupción.
Porque me sube la cuenta del Movicom-
Y yo no puedo vivir sin mi Movicom.
Sin mi Movicom, sin mi Movicom
sin con sin con sin con sin con.
Antiguamente, toda la gente
si se quería comunicar
a la distancia, era cuestión
de andar gritando. Y luego vino
aquel invento de Graham Bell.
Pero hoy en día ya todo eso
por lo que a mí concierne, no va más.
Como los dinosaurios quedó atrás.
Porque en la actualidad,
el simple hecho de hablar por teléfono
te implica un papelón,
si no lo estás haciendo por un Movicom,
armado en China, en Corea o en Japón,
o con la inscripción Made in Hong Kong
Hong Kong Hong Kong Hong Kong Hong Kong.
Aquí termina señores mios
esta pequeña disertación.
Por más detalles, les doy las cifras
que hay que discar para ubicarme,
siempre que tengan la precaución
de ser concisos en sus llamadas
y no abusar de mi disposición.
A cultivar la comunicación.
En lo que va del mes
ya tuve que vender mi equipo de audio
y empeñar el calefón.
Y todo sea por tener mi Movicom.
A mi nadie me va a sacar mi Movicom.
Borombombom, borombombom,
siempre conmigo mi Movicom.